Ida Rolf, nacida a finales del siglo XIX en Nueva York, dedicó su vida a perfeccionar un método que permitiera abordar los problemas de salud desde una perspectiva diferente a la de su época, en la que las terapias se limitaban fundamentalmente a la farmacología. Dotada de gran inteligencia e intuición, y de un espíritu curioso, la Dra Rolf poseía formación en Bioquímica, Matemáticas y Física, y no dudó en viajar a Europa para estudiar también disciplinas como la Medicina homeopática, la Osteopatía, la Quiropraxia o el Yoga. La unión de tan variadas perspectivas la llevó a desarrollar un método que ella denominó Integración Estructural, y que posteriormente sus alumnos bautizaron como método Rolfing, debido a la gran popularidad que llegó a alcanzar esta doctora en todo el mundo. Actualmente el Rolfing se sigue practicando por miles de terapeutas en países diversos.
Ida Rolf descubrió que la estructura fisiológica ejerce una influencia directa y bidireccional sobre la función, el comportamiento y la personalidad del individuo. El Rolfing concibe el cuerpo humano como si se tratara de un edificio, cuyo centro geométrico y arquitectónico estaría situado en la pelvis.
Muy pocos seres humanos son estrictamente verticales y simétricos en sus relaciones estructurales entre la derecha y la izquierda. Debido a traumatismos emocionales o físicos, los huesos pierden su posición en el eje, y la estática de todo el cuerpo se ve afectada, por lo que aumenta el esfuerzo muscular necesario para mantener la estructura en vertical. Ese esfuerzo adicional lo asumen los músculos superficiales, generando contracturas permanentes que acortan la longitud muscular, aplastan los tejidos y provocan deformaciones.
El objetivo del rolfing es recuperar el equilibrio estructural del cuerpo, aplicando para ello unos principios mecánicos simples, que utilizan la presión ejercida por la propia fuerza de la gravedad, para canalizar y transformar su energía, actuando sobre la longitud y el tono de los tejidos miofasciales.
La fascia corporal es una estructura de tejido conjuntivo ligeramente móvil y muy resistente, que se extiende de manera continua por todo el cuerpo como una funda laminada, de la cabeza a los pies. Entre estas membranas paralelas se encuentran unas bolsas que contienen las estructuras viscerales y somáticas del cuerpo humano. En el sistema muscular, la fascia está orientada longitudinalmente, en sentido inverso a la gravedad, y puede deslizarse suavemente algunos milímetros cuando la musculatura está relajada. Durante la terapia de Rolfing se realizan estiramientos del músculo y de las fascias ejerciendo una presión perpendicular a la dirección de las fibras. Se utiliza la punta de los dedos para romper las adherencias y separar los planos musculares de las fascias.
El movimiento armónico no puede ser realizado por la acción de un músculo aislado, sino que debe ser el resultado de una sinergia fascial, en los tres planos del espacio. Por ese motivo el sistema musculoesquelético es tan dependiente del sistema facial. Así el cuerpo puede ser reestructurado trabajando a partir de la fascia y aprovechando su extraordinaria disposición para la regeneración.
No obstante, y dado que el cuerpo funciona como un todo orgánico, el Rolfing no pretende modificarlo de manera parcial, sólo en la zona donde se ha manifestado el síntoma, sino que trabaja teniendo en cuenta las relaciones que existen entre cada parte y la globalidad. Invirtiendo el principio de la compensación mecánica, el tratamiento provoca una reacción en cadena positiva, que conduce a un reajuste del cuerpo al completo. Los Maestros de la postura comparten la convicción de que la estructura gobierna la función, y por tanto, a través de la reeducación corporal puede influirse sobre el funcionamiento cerebral, y por la misma razón, sobre el psiquismo, logrando una terapia que mejora el estado general del ser humano.